Pastoral Juvenil Vocacional Salvatoriana de Venezuela

 

Hora Santa del Mes de Diciembre 2002

Tema: Preparación para escuchar el llamado

 

 

Motivación inicial: Hoy es primer jueves de mes, y como todos los primeros jueves nos reunimos en torno al Santísimo Sacramento para pedir al Señor que mande obreros a la mies. Queremos prepararnos hoy para escuchar el llamado que Dios hace a cada uno de nosotros. Por eso comencemos nuestra oración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

 

Exposición del Santísimo Sacramento: Recibamos la presencia de Jesús sacramentado cantando “Dios está aquí” (N° 166).

 

                     En un momento de silencio hagámonos conscientes de estar frente a Jesús, quien nos llama para servir a su Reino.

 

Meditación sobre un texto de San Agustín: San Agustín fue un hombre perseguido por Dios. El gran santo en su juventud no quería nada con la Iglesia Católica, pero poco a poco el Señor fue preparando el camino para su conversión. Escuchemos la narración que hace Agustín de una fase de esa preparación, como lo fue su encuentro con San Ambrosio:

 

                     Lectura de las Confesiones de San Agustín (Lib V. Cap XIV. N 1-2)

                     Se me envió a Milán, en donde me recibió tu obispo Ambrosio, renombrado en todo el orbe por sus óptimas cualidades. Era un piadoso siervo tuyo que administraba vigorosamente con su elocuencia la grosura de tu trigo, la alegría de tu óleo y la sobria ebriedad de tu vino. Sin que yo lo supiera me guiaba hacia él para que por su medio llegara yo, sabiéndolo ya, hasta Ti. Me acogió paternalmente ese hombre de Dios; y con un espíritu plenamente episcopal se felicitó de mi viaje.

                     Y yo empecé a quererlo y a aceptarlo. Al principio no como a un doctor de la verdad, pues yo desesperaba de encontrarla en tu Iglesia, sino simplemente como a un hombre que era amable conmigo. Con mucha atención lo escuchaba en sus discursos al pueblo; no con la buena intención con que hubiera debido, sino para observar su elocuencia y ver si correspondía a su fama, si era mayor o menor de lo que de él se decía. Yo lo escuchaba absorto, pero sin la menor curiosidad ni interés por el contenido de lo que predicaba. Me deleitaba la suavidad de su palabra, que era la de un hombre mucho más docto que Fausto (antiguo maestro maniqueo), aunque no tan ameno ni seductor en el modo de decir. Pero en cuanto al contenido de lo que el uno y el otro decían no había comparación posible: Fausto erraba con todas las falacias del maniqueísmo mientras que Ambrosio hablaba de la salvación de manera muy saludable. La salud, empero, está siempre lejos de los pecadores como lo era yo entonces; y sin embargo se acercaba a mí sin que yo lo supiera.

 

                     Algunas preguntas para este momento de meditación: ¿De qué persona o personas se ha valido Dios para llamarme a Él? ¿Cómo ha sido mi proceso de acercamiento al Señor? ¿Qué actitudes mías impiden que escuche claramente el llamado de Dios?

 

                     (Sigue un momento de silencio)

 

                     Damos gracias al Señor cantando “Háblame” (N° 448)

 

Salmo responsorial:

 

                     R: Tú, Señor, me sondeas y me conoces

 

Señor, tú me has examinado y me conoces;

sabes cuándo me acuesto y cuándo me levanto,

desde lejos te das cuenta de mis pensamientos;

tú ves mi caminar y mi descanso,

te son familiares todos mis caminos;

no está todavía la palabra en mi lengua y ya, Señor,

tú la conoces por entero.

 

Tú me envuelves por detrás y por delante,

y tienes puesta tu mano sobre mí.

Tu sabiduría es un misterio para mí,

es tan sublime que no puedo comprenderla.

 

¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu,

a dónde podría huir lejos de tu presencia?

Si subo hasta los cielos, allí te encuentras tú;

si bajo a los abismos, allí estás presente;

si vuelo hasta el origen de la aurora,

si me voy a lo último del mar,

también allí tu mano me retiene

y tu diestra me agarra.

 

Si digo: «Las tinieblas me envuelven

y la luz se ha hecho noche en torno a mí»,

tampoco las tinieblas son tinieblas para ti,

ante ti la noche brilla como el día.

 

Porque tú formaste mis entrañas,

tú me tejiste en el vientre de mi madre.

 

Confieso que soy una obra prodigiosa,

pues todas tus obras son maravillosas;

de ello estoy bien convencido.

 

Mis huesos no se te ocultaban

cuando yo era formado en el secreto,

tejido en lo profundo de la tierra;

tú me veías cuando era tan sólo un embrión,

todos mis días estaban escritos en tu libro,

mis días estaban escritos y contados

antes de que ninguno de ellos existiera.

 

Oh Dios, ¡qué difíciles son para mí tus pensamientos,

qué grande es el número de ellos!

Si los cuento, son más numerosos que la arena;

si logro terminar, aún estoy contigo.

 

Examíname, Señor, y reconoce mi interior,

explórame y conoce mis pensamientos;

mira si voy por mal camino

y guíame por el camino eterno.

 

(Luego de un momento de silencio se repite el canto “Háblame”, N° 448)

 

Meditación con un texto del Evangelio: Estamos en el tiempo de Adviento, tiempo de esperar al Señor que viene. Preparemos nuestro corazón a este encuentro escuchando su Palabra:

 

                     Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (Mt 3,1-6)

                     En ese tiempo se presentó Juan Bautista en el desierto de Judea, y proclamaba este mensaje: “Cambien su vida y su corazón, porque el Reino de los Cielos se ha acercado”. De él hablaba el profeta Isaías al decir: “Escuchen ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.

                     Juan vestía un manto de pelo de camello, con un cinturón de cuero, y  se alimentaba con langostas y miel de abeja silvestre. Entonces iban a verlo los judíos de Jerusalén, de Judea y de toda la región del Jordán. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.

 

                     (Se sugiere dejar un momento de silencio y luego invitar a la gente a cerrar los ojos para que imaginen la escena mientras se relee el texto).

                     ¿Cómo me dice el Señor que le prepare el camino en mi corazón? ¿Qué senderos de mi ser debo enderezar?

 

Peticiones:    Oremos a Dios nuestro Padre pidiéndoles a Jesucristo que sea nuestro intercesor frente a Él. A cada invocación contestamos:

                     Ven Señor Jesús.

                    

                     Pidamos por la Iglesia para que siempre esté atenta a escuchar la voz del Señor que la llama para estar al servicio de los demás. Oremos.

 

                     Pidamos a Dios por los jóvenes para que puedan escuchar con claridad la voz del Señor que le invita a vivir plenamente entregándose por completo a la vocación del matrimonio, de la vida religiosa o del ministerio sacerdotal. Oremos.

 

                     Jesucristo a dicho que pidamos obreros para la mies. Por eso pidamos a Dios que nos envíe nuevos miembros a la familia Salvatoriana para que podamos lograr todos juntos el ideal del Padre Jordán: que todos conozcan, amen y sirvan al Salvador del mundo. Oremos.

 

                     Por la paz en Venezuela. Para que en este momento tan difícil de nuestra historia las distintas partes puedan escucharse y lograr soluciones pacíficas al conflicto. Oremos

 

                     (Intenciones libres)

 

                     Señor Jesucristo, tú nos has enseñado que debemos vivir como hermanos, por eso nos unimos a tu oración continua diciendo (cantando): Padre nuestro...

 

Oración:

 

                     Señor Jesucristo, tú nos invitas a que colaboremos

para que se realice tu Reino.

 

Tú sabes cuánto necesitamos, sobre todo ahora,

                     personas que nos guíen según tu Espíritu,

                     que anuncien tu palabra y compartan tu pan.

 

                     Rezamos por nosotros mismos y por toda la Iglesia,

                     para que podamos crear en nuestras comunidades cristianas

                     aquel ambiente en el cual todos encuentren

                     ánimo e inspiración para arriesgar su vida por ti y por tu Reino,

                     para poner toda su vida a tu servicio y al de su prójimo.

 

                     Sé tú, Señor, su fuerza y su confianza,

                     para vivir de manera sencilla, fiel y servicial,

                     con tu mismo espíritu.

 

                     Haz que entre nosotros vivan una verdadera fe, esperanza y caridad,

                     para que experimentemos, llenos de alegría,

                     que tú eres nuestro Salvador, ahora y por siempre.

                     Amén.

 

Bendición final:

 

                     Oremos.

Concédenos, Señor y Dios nuestro,

a los que creemos y proclamamos

                     que Jesucristo,

                     el mismo que por nosotros nación de la Virgen María

                     y murió en la cruz,

                     está presente en el Sacramento,

                     bebamos de esta divina fuente

                     el don de la salvación eterna.

                     Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

(Luego de la bendición se puede terminar cantando el mismo canto del inicio: “Dios está aquí”, N° 166)

 

 

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