Pastoral Juvenil Vocacional Salvatoriana de Venezuela

 

Hora Santa del Mes de Febrero 2003  

Tema: Llamados a la Vida Consagrada

 

Motivación inicial: En el mes de febrero celebramos el día de la Vida Consagrada. Lo hacemos en la fiesta de la Presentación o mejor conocida como fiesta de la Candelaria. Si recordamos el Evangelio de aquel día, podemos fijarnos en las figuras de Simeón y Ana, dos ancianos que vivieron para ver el día de la liberación de Israel, por lo que reconocieron en Jesús al Mesías. Igual hacen aquellos que han decidido seguir radicalmente a Jesucristo mediante la pobreza, la castidad y la obediencia. Pidiendo al Señor por ellos y al mismo tiempo por santas vocaciones para nuestra comunidad, comencemos esta oración. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Exposición del Santísimo Sacramento: Recibamos la presencia de Jesús sacramentado cantando “Dios está aquí” (N° 166).

                     En un momento de silencio hagámonos conscientes de estar frente a Jesús, quien nos llama a vivir el llamado radical del amor.

 Un Par de textos Bíblicos para meditar: Jesús da un nuevo sentido a la vida con su ejemplo. Por eso, cuando invita a que le sigan lo hace de manera radical, pero también explica que este tipo de seguimiento no es para todos, sino solamente para unos cuantos. Escuchemos el siguiente pasaje.

                     Del Santo Evangelio según San Marcos (10,28-31):

Entonces Pedro le dijo: “Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Y Jesús le aseguró: “Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por amor a mí y a la Buena Nueva quedará sin recompensa. Pues recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, no obstante las persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna.

Entonces muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y los que ahora son los últimos serán primeros”.

Meditemos en un momento de silencio: ¿qué he dejado para seguir radicalmente a Jesús? ¿Me hago el último en mi casa, sirviendo a todos, o quiero ser siempre el primero, siendo servido por los demás?

                    Como respuesta a esta lectura cantemos: Tú Señor (N° 444)

La Iglesia ha tomado como al prototipo de la vida consagrada a los ancianos Simeón y Ana. Escuchemos qué nos dicen los Evangelios de ellos.

                    Del Santo Evangelio según San Lucas (2,25-38)

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era muy bueno y piadoso y el Espíritu Santo estaba en él. Esperaba los tiempos en que Dios atendiera a Israel y sabía por una revelación del Espíritu Santo que no moriría antes de haber visto al Cristo del Señor.

Vino, pues, al Templo, inspirado por el Espíritu, cuando sus padres traían al niñito para cumplir con él los mandatos de la ley. Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios con estas palabras:

Señor, ahora puedes dejar a tu siervo morir en paz,

Porque has cumplido tus palabras y mis ojos han visto tu salvación

Que has presentado a la vista de todos los pueblos.

Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.

Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que decía Simeón del niño. Simeón los felicitó y después, dijo a María, su Madre: “Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma. Pero en eso los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones”.

Había también una mujer de edad muy avanzada, llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Tenía ochenta y cuatro años. Después de siete años de casada había perdido muy joven a su marido y siendo viuda, no se apartaba del Templo, sirviendo al Señor con ayunos y oraciones. Ella también tenía el don de profecía. Llegando en ese mismo momento, comenzó a alabar a Dios ya a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

Como vemos, la vida consagrada es responder a una invitación y promesa del mismo Dios, es estar al servicio del Señor con ayunos y oraciones, es reconocer al Mesías en todo momento, es anunciar la liberación del Pueblo de Dios, es alabar al Señor Dios. ¿Cómo se ve esa realidad en los religiosos y las religiosas que conoces? ¿En qué aspectos de tu vida te han cuestionado estos hombres y mujeres de fe?

                     (Momento de silencio)

            Salmo (133-134):

                     R: ¡Qué bueno y agradable que los hermanos vivan unidos!

                     Es como un perfume fino

                     derramado en la cabeza,

                     que corre hasta la barba,

                     que baja por la barba de Aarón

                     hasta el borde de su túnica.

 

                     Es como el rocío del Hermón

                     que baja sobre las alturas de Sión.

                     Allí el Señor la bendición dispensa,

                     la vida para siempre.

 

                     ¡Vamos, bendigan al Señor

                     todos los servidores del Señor,

                     los que lo sirven en la casa del Señor,

                     en los atrios de la casa de nuestro Dios!

 

                     Alcen sus manos al Santuario,

                     bendigan al Señor todas las noches.

                    

                     Bendígate el Señor desde Sión,

                     que hizo el cielo y la tierra.

 

 Meditación sobre algunos textos de la Exhortación Apostólica “Vita Consacrata”: Vamos a utilizar una pequeña parte de la introducción de la exhortación apostólica del Papa Juan Pablo II para meditar sobre la importancia de la Vida Consagrada.

                 A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón «indiviso» (cf. 1Co 7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad.

                 Estas nuevas formas de vida consagrada, que se añaden a las antiguas, manifiestan el atractivo constante que la entrega total al Señor, el ideal de la comunidad apostólica y los carismas de fundación continúan teniendo también sobre la generación actual y son además signo de la complementariedad de los dones del Espíritu Santo.

                 El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida.

Tal existencia «cristoforme», propuesta a tantos bautizados a lo largo de la historia, es posible sólo desde una especial vocación y gracias a un don peculiar del Espíritu. En efecto, en ella la consagración bautismal los lleva a una respuesta radical en el seguimiento de Cristo mediante la adopción de los consejos evangélicos, el primero y esencial entre ellos es el vínculo sagrado de la castidad por el Reino de los Cielos.

 Este especial «seguimiento de Cristo», en cuyo origen está siempre la iniciativa del Padre, tiene pues una connotación esencialmente cristológica y pneumatológica, manifestando así de modo particularmente vivo el carácter trinitario de la vida cristiana, de la que anticipa de alguna manera la realización escatológica a la que tiende toda la Iglesia.

En el Evangelio son muchas las palabras y gestos de Cristo que iluminan el sentido de esta especial vocación. Sin embargo, para captar con una visión de conjunto sus rasgos esenciales, ayuda singularmente contemplar el rostro radiante de Cristo en el misterio de la Transfiguración. A este «icono» se refiere toda una antigua tradición espiritual, cuando relaciona la vida contemplativa con la oración de Jesús «en el monte». Además, a ella pueden referirse, en cierto modo, las mismas dimensiones «activas» de la vida consagrada, ya que la Transfiguración no es sólo revelación de la gloria de Cristo, sino también preparación para afrontar la cruz. Ella implica un «subir al monte» y un «bajar del monte»: los discípulos que han gozado de la intimidad del Maestro, envueltos momentáneamente por el esplendor de la vida trinitaria y de la comunión de los santos, como arrebatados en el horizonte de la eternidad, vuelven de repente a la realidad cotidiana, donde no ven más que a «Jesús solo» en la humildad de la naturaleza humana, y son invitados a descender para vivir con El las exigencias del designio de Dios y emprender con valor el camino de la cruz.

En efecto, mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de la propia vida, sino que se preocupa de reproducir en sí mismo, en cuanto es posible, «aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo». Abrazando la virginidad, hace suyo el amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo unigénito, uno con el Padre (cf. Jn 10, 30; 14, 11); imitando su pobreza, lo confiesa como Hijo que todo lo recibe del Padre y todo lo devuelve en el amor (cf. Jn 17, 7.10); adhiriéndose, con el sacrificio de la propia libertad, al misterio de la obediencia filial, lo confiesa infinitamente amado y amante, como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), al que está perfectamente unido y del que depende en todo.

Con tal identificación «conformadora» con el misterio de Cristo, la vida consagrada realiza por un título especial aquella confessio Trinitatis que caracteriza toda la vida cristiana, reconociendo con admiración la sublime belleza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y testimoniando con alegría su amorosa condescendencia hacia cada ser humano.

                     Meditemos en silencio un momento, pidiéndole al Señor por hombres y mujeres que puedan vivir el don de la vida consagrada.

 Cantamos Pescador (Tú has venido, N° 443).

Peticiones:    Oremos a Dios nuestro Padre pidiéndoles a Jesucristo que sea nuestro intercesor frente a Él. A cada invocación contestamos:

                     Ayúdanos, Señor.

                    

                     Pidamos al Señor por la Iglesia, para que sea verdadero testimonio de santidad, recordando a Cristo casto, obediente y pobre. Oremos.

 

                     Pidamos a Dios por los jóvenes que viven su momento de discernimiento vocacional, para que descubran la alegría en la radicalidad del seguimiento de Cristo la verdadera alegría. Oremos.

 

                     Por todos los consagrados y consagradas. Para que a pesar de las dificultades encontradas en el seguimiento de Jesús, en su oración encuentren la fuerza para seguir cada vez mejor su llamado a servir y amar el mundo como Cristo lo ha hecho. Oremos.

 

                     Por la familia Salvatoriana, para que el Señor mueva los corazones de muchos jóvenes y sigan al Señor en la vida religiosa Salvatoriana.

 

                     Por la paz en Venezuela. Para que en este momento tan difícil de nuestra historia las distintas partes puedan escucharse y lograr soluciones pacíficas al conflicto. Oremos

 

                     (Intenciones libres)

 

                     Señor Jesucristo, tú nos has enseñado que debemos vivir como hermanos, por  eso nos unimos a tu oración continua diciendo (cantando): Padre nuestro...

 

Oración:

 

                     Señor Jesucristo, tú nos invitas a que colaboremos

    para que se realice tu Reino.

 

    Tú sabes cuánto necesitamos, sobre todo ahora,

                     personas que nos guíen según tu Espíritu,

                     que anuncien tu palabra y compartan tu pan.

 

                     Rezamos por nosotros mismos y por toda la Iglesia,

                     para que podamos crear en nuestras comunidades cristianas

                     aquel ambiente en el cual todos encuentren

                     ánimo e inspiración para arriesgar su vida por ti y por tu Reino,

                     para poner toda su vida a tu servicio y al de su prójimo.

 

                     Sé tú, Señor, su fuerza y su confianza,

                     para vivir de manera sencilla, fiel y servicial,

                     con tu mismo espíritu.

 

                     Haz que entre nosotros vivan una verdadera fe, esperanza y caridad,

                     para que experimentemos, llenos de alegría,

                     que tú eres nuestro Salvador, ahora y por siempre.

                     Amén.

 

Bendición final:

 

                     Oremos.

    Concédenos, Señor y Dios nuestro,

    a los que creemos y proclamamos

                     que Jesucristo,

                     el mismo que por nosotros nació de la Virgen María,

                     vivió pobre, casto y obediente a la voz del Padre,

                     y murió en la cruz,

                     está presente en el Sacramento,

                     bebamos de esta divina fuente

                     el don de la salvación eterna.

                     Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

(Luego de la bendición se puede terminar cantando el mismo canto del inicio: “Dios está aquí”, N° 166).

 


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